Cuando Alejandro cumplió su primer año de vida, usted estaba fuera de nuestro imaginario, ni terapias para lidiar con usted hacían parte de nuestras rutinas diarias. Sin saber de su presencia entre nosotros, yo solo veía a mi niño, soñaba y escribía:
*Te veo anciano, sabio, sereno, en paz. Cansado por el paso más no por el peso de los años; acompañado, agradecido, feliz.
Te veo adulto, exitoso, dedicado. El mejor en tu oficio, apasionado, digno de confianza, prudente, seguro, valiente, responsable, honesto, solidario, generoso, feliz.
Te veo joven, romántico, loco, soñador, ilusionado. Persistente, trabajador, encantador, cortés, enamorado, optimista, auténtico, libre, sin prejuicios, feliz.
Te veo adolescente, confundido, preocupado, a veces triste, malhumorado. Con ansias de conquistar el mundo, irreverente, arriesgado, sincero, sagaz, pero feliz.
Te veo niño, travieso, inocente, amoroso. Cazador de luciérnagas, mago, curioso, el mejor amigo, el cansón hermano, espontáneo, pícaro, feliz.
Hoy te veo bebé, gracioso, tierno, frágil, dulce, delicado, inteligente. Te baño, te cambio el pañal, te visto, te alimento, te canto, te abrazo, te entretengo, te miro y te veo feliz… y me siento feliz.
Hoy también me siento feliz… Mentiría si le digo que me agrada su compañía, pero casi tres años conviviendo con usted, me han hecho aprender muchas cosas y me doy cuenta que mi premonición no ha cambiado, ni cambiará a pesar de su presencia. Estoy tranquila, porque sigo viendo al niño, al joven y al adulto feliz; aunque la realidad de Alejandro es distinta, es igual de valiosa a la del resto de nosotros.
Aún tenemos un largo camino por recorrer. Información, concienciación, aceptación, inclusión, nuevos retos y tareas para quienes convivimos en su espectro.
Por lo menos ya podemos sentarnos a dialogar sin reproches.
Respetuosamente,
Mama
Sofia Prada